Tendemos a pensar que cuando hacemos daño a una persona basta con pedirle perdón y de esta forma quedamos liberados de la culpa y de la responsabilidad sobre el acto realizado. Sin embargo, muchas veces nos damos cuenta de que pedir perdón, no suele tener el resultado esperado. En este post voy a explicar cómo trabajo el tema del perdón en psicoterapia, sobre todo con parejas y familias.

Las consecuencias de pedir perdón:

Cuando hacemos daño a alguien, aunque sea de manera no intencionada, al pedirle perdón sentimos un alivio rápido: demuestro que estoy arrepentido, que lo siento de veras y espero que la otra parte sea capaz de obviar lo ocurrido y si es posible, lo olvide o no afecte a nuestra relación en el futuro. Ahora ya depende de la otra persona, no de mí. La realidad es que cuando pedimos perdón a alguien, incluso aun cuando acepte verbalmente nuestras disculpas, le dejamos con las consecuencias del propio daño, además de dos cargas emocionales: por un lado, el dolor por la afrenta recibida y por otro la carga de la tarea de olvidar, como si fuera tan fácil como pasar página. Es habitual que el resentimiento en la otra persona perdure, incluso que realice conductas que podemos llamar “de protesta” (hostilidad, distanciamiento emocional, hermetismo, reproches velados, etc.) señales de que nuestro acto de pedir perdón no ha surtido efecto. Al contrario, la relación parece dañada. Efectivamente, no funciona y, muy al contrario, deja una herida abierta que parece que sea responsabilidad de una de las partes curar.

Los trabajos del perdón:

Cuando trabajo con problemas relacionados con el perdón en las relaciones interpersonales, siempre intento que cada parte se haga cargo de sus propias tareas de cara a “gestionar el perdón”:

– La persona que ha cometido la afrenta debería darse cuenta de ello, lo primero. Reconocer su falta, y ser capaz de expresarlo verbalmente a la parte afrentada es el primer paso para conseguir el perdón. Además, debería ofrecer sus disculpas sinceramente, empatizando con la otra parte: ponerse en su lugar, entendiendo las consecuencias y el dolor emocional que le han provocado. Un error muy habitual es invalidar, quitar importancia al dolor o molestia infligidos: así no avanzamos y el perdón no puede gestionarse. Además, debería ser capaz de no juzgar a la otra persona, opinando sobre la incorrecta manera de entender los hechos, o sermonear sobre cómo la otra parte debería entender lo ocurrido. Por último, debería reparar (que sólo no compensar) el daño realizado: hacer las acciones, gestos, cambiar las conductas y decir las palabras adecuadas para que el daño realizado desaparezca, o al menos pueda minimizar las consecuencias de sus actos para la otra persona. De esta manera, devolvemos la responsabilidad a quién originó el daño y descargamos a la persona afligida.

– La persona que ha resultado afectada, debería darse cuenta del daño recibido, lo primero. En ocasiones es un trabajo importante el que la persona deje de excusar al otro y sea capaz de identificar los hechos que han originado el malestar de la forma más objetiva posible, pues es normal que con el paso del tiempo se produzca un estado confuso de enfado, en el que es difícil encontrar el motivo inicial. Es necesario que pueda expresar verbalmente a la otra parte cuáles han sido las consecuencias (materiales, emocionales, etc.) del hecho para él/ella, incluso para terceros implicados, y que pueda expresar qué necesita para que el daño sea reparado. En ocasiones, es trabajoso detectar qué es lo que la persona necesita que sea reparado. Puede ser algo material (bienes, acceso a recursos, etc.) o algo inmaterial, más complicado si cabe, como la confianza mutua, el respeto, la seguridad, la dignidad, la libertad… pero que siempre vamos a intentar traducir en conductas concretas a cambiar. Hay que aprender también a dejar el tiempo y el espacio para que la otra parte se encargue de la reparación efectiva, dejar que lo haga y aceptar la reparación de buena gana, pues en muchas ocasiones se tiende a boicotear los intentos del otro por resarcir el daño. Por último, una vez realizada la reparación, se debe dejar de hacer las conductas de “protesta”, favoreciendo un nuevo acercamiento emocional y saldar la cuenta emocional para que la relación se restablezca.

Es muy habitual que se identifique un proceso complejo de perdón pendiente de resolución, donde han quedado a lo largo del tiempo soterrados varios daños infligidos por ambas partes, generando un nudo importante a ser desenmarañado. Todo ello es un bonito y laborioso trabajo psicoterapéutico que permite, una vez culminado, que las heridas emocionales curen y que se restablezcan poco a poco las bases necesarias para las relaciones afectivas: la confianza y el respeto.

Un abrazo,

Irene de Miranda Reynés
Psicóloga Sanitaria
Directora IDEM Psicología
www.idempsicologia.es